De la flora bucal. De Jamila Medina Ríos

 

Eleonore Zapf, o mejor „Nora“ (como se me presentó un día por gmail), desembarcó en LaVana aún sin Covid (aún sin saber que sería la madre de Josefine), en marzo de 2020. Iba o venía recomendada por cubanos aplatanados en México, y ansiaba, como tantxs (ora llegados desde Austria, Holanda, Guatemala, España...), bojear la poesía contemporánea de la isla. Tras algunos mensajes pegados como notas en la puerta de un refri (desobediencia wifi), logramos cruzarnos en el cine bajo las estrellas de la Embajada de Noruega en Cuba y, como siempre (como la telefonista une clavijas que fui en otra reencarnación), abrí mis arcas y extendí mis contactos para bienvenirla a nuestra lengua de tierra. Así, la supe enamorada y nerviosa por los cierres de frontera en Europa; apasionada por la traducción e inmersa en Sor Juana; poeta ella misma. Así, la volví cartera, encargándole la revista La noria para una amiga en Leiden. Y terminé enviándole mis poemarios para recibir en 2021 la alegría de que iba a ser traducida por ella y acaso a ser invitada del Latinale. Palabras mágicas esa puerta abierta. Y ni hablar del ventanal por el que Nora se ha asomado a mi “sueño de escritura”, trasladando a su idioma algunas Primaveras cortadas (sobre creadoras suicidas) y, la guinda del pastel: “Hermosas patologías de cuello”, un texto de Anémona para mi madre médica, donde exploro mis nociones de la muerte. Ser versionada al alemán (como antes vertida al inglés, portugués, italiano o ruso...) implica desdoblarse para autorreconocerse, a través de preguntas bien colocadas (como las de esta Nora que, menos que irse dando un portazo, llega y ausculta y se adentra, deplegando su periscopio y emprendiendo sus propias disecciones). Para pensarlo desde el laboratorio de anatomía, creo que cada lengua de llegada abraza con sus propios artilugios la lámina de la poesía, la escruta con sus lentes de desgranar y organizar el mundo, y la devuelve coloreada en su mejor expresión. En manos de Zapf (cuyos ritmos todavía no he escuchado rasgueándome) siento ya de antemano que floto “nunca gris”, como la yo niña que ella eligió retratar. Entre el amnios que va de mi sueño a su sueño, nuestras trenzas se sueltan y se enredan, como raíces de un tejido multíparo: sororidad, socialismos, neologismos, feminismos..., paja que se rehíla y regresa, tramutada en savia. La sajadura de la cosecha no termina en yerma: cada verso se inscribe como un surco en el blanco. Con la aventura de confluir rebrota, reverdece, primaveral e incluso veraniego, el misterio de esa otra que es y no es yo. Aun des(en)terrada, la palabra encuentra su casa entre monte, marisma o arboleda. Bajo hechizos así la poesía espiga y se esparce en vaivén, como el moriviví.     

 

New York, 25 de agosto de 2021