Ausgangssprache: spanisch
Übersetzungen: deutsch

[El viaje]

 

Me veo escribiendo frente a una ventana que no da a la calle
de mi barrio polvoriento en el sur de Lima
una ventana por la que tampoco se filtra el chillido de los muchachos
que juegan fútbol ni las quejas colorinches de los periódicos

hablándonos desde una boca amordazada o desde el cuerpo

semidesnudo de una mujer

cuando me veo en el otro extremo del planeta

el rostro que se refleja en la ventana no ha recibido sol real en casi dos meses
me acomodo del lado de la lámpara que el vendedor aseguró brilla

como si el mismísimo sol acabara de salir   el frío está en la mente  

me repito
esta mañana que se asemeja al fondo oscuro de una botella

y que me veo obligada a abrir

el frío está en la mente pero también en el corazón de algunas miradas
con las que me cruzo por distracción en el Metro esta mañana que hundo
en mi plato de yogur y cuchareo buscándole una ruta distinta

a la fruta seca que flota sobre la densa masa de leche que es este país
 

Y me veo alejándome del centro de la ciudad
como si fuera un barco internándome en el recto del bosque
la expresión muda de los árboles me dirá más que el adolescente que ya lleva

10 minutos sentado frente a mí
tiene medio rostro cubierto y la mirada fija en un punto del vacío que días como hoy
me gustaría llamar por algún nombre
se me atora en la garganta una imagen: muchachos viajando dentro de sí mismos
antes de tomar la decisión de coger un fusil y dispararles a sus compañeros de clase

vuelvo al ruso familiar y cálido de cada estación
a hundirme en la desmedida soledad de la nieve
el silencio es blanco
la ropa de la gente que viaja a la velocidad de la luz en el Metro   negra

el bosque se repite como una vieja película sin argumento y sin horizonte
tomo un diario para integrarme a la introspección de quienes al parecer viajan
sin percatarse de que los demás hacen lo mismo
quisiera describir lo que no veo pero me falta color
un par de gitanas robustas murmurándose algo en el oído
dos muchachas comparando el filo pálido de sus uñas postizas

dentro de poco mi cuerpo desnudo despedirá sus aromas originales
tenderé esta falta de luz sobre las maderas de la sauna
el clímax del calor me obligará a salir corriendo de la habitación
y a revolcarme en la nieve
por unos momentos me sentiré como la radiante hija del bosque
digo adiós a los monstruosos centros comerciales   a los spas  
a las filiales de Nokia   a los pinos

Hakaniemen tori 

buscaré el sol   me reuniré con los de siempre  
me reconoceré en los desempleados que del café no pasan
aquí estoy de nuevo   explicándome desde las manos  
intentado retratar en pocas palabras la naturaleza de un desierto que por ratos
siento que solo yo sé de su existencia
un largo y pobre desierto de lado del mar
las olas llevan y traen la ausencia del color hermosas aves y a veces basura
una ciudad de espaldas a los Andes que en palabras de estos jubilados solitarios
suena como un Macondo irreal y maravilloso
pero la luz ni mi finés me dan para explicar tanto enredo   semejante mezcolanza
el mejunje de sentimientos distancias y guerras fratricidas que es el Perú

Helsinki se transforma en una ciudad de cristal

sobre la cual patino quebradiza   frágil
Helsinki limpia como la sala de un hospital   dama incorruptible y con la frente en alto

se me hace agua en la boca


Me despido de los viejos muchachos que amenizaron las tardes ardientes
del sindicato del metal
ellos escriben sus memorias   yo estoy a medio camino de un viaje que aún no sé
si ya ha terminado
El día vuelve a ser un muchacho que lleva pasamontañas y se ajusta la cabellera
en su larga gabardina de cuero
esquivo a los odiosos carritos que recogen la nieve
descubren los lados más miserables de las aceras   en su lugar
siembran piedrecitas para evitar que los ancianos y despistadas como yo resbalen

La ciudad queda en borrador
algunos de los grafitis que dejé en mi ciudad deberían tener una pared aquí

 

Escribo lo que el silencio tatúa en mi mente  
escribo sobre lo que el heavy metal de la radio del vecino  

que nunca le veré la cara deja flotando en el aire
reconozco los golpes de pared de la anciana que no soporta el ruido
que hacemos dos sudamericanas al andar y reír
me interno en su bosque como en un tracto digestivo que evita
degustar los sabores más ácidos     

me interno en el bosque sin usar zapatos de bosque
recojo fresas sin usar repelente para ahuyentar mosquitos
atravieso la nieve en tacones con la esperanza de ir muy lejos
el bosque es y seguirá siendo un misterio para mí
a veces me imagino recolectando hongos en un mar de abedules sedientos de lluvia

otras veces recolecto bayas con un grupo de muchachas estonias

que no confundirían como yo una fruta venenosa con una comestible
pero todo esto es una ficción
porque nunca recogí hongos ni mucho menos me atreví a recolectar bayas
mi resistencia levantó sus paredes en la ciudad

aun el paisaje me parece parte de una corriente misteriosa de siluetas y formas
de árboles que no se han movido de su sitio en años


Aprendí a hablar del verano con ilusión
la misma ilusión con la que ahora me abandono a la voluptuosidad
de las olas de Lima
al ansia de los colores que en versos de Edith Södergran es el de la sangre

Die Reise

Ich sehe mich schreiben, an einem Fenster sitzend, das nicht hinausführt auf meine staubige Straße im Süden von Lima. Ein Fenster, durch das weder die Rufe der fußballspielenden Jungs dringen noch das schrille Geschrei der Zeitungen, die aus geknebeltem Mund oder über einen halbnackten Frauenkörper zu uns sprechen.

Wenn ich mich auf der anderen Seite des Planeten sitzen sehe, hat das sich in der Fensterscheibe spiegelnde Gesicht 2 Monate lang kein wirkliches Licht gesehen. Ich mache es mir neben der Lampe bequem, von welcher der Verkäufer versprach, sie würde leuchten wie die eben aufgegangene Sonne selbst. Die Kälte ist im Kopf, sage ich mir immer wieder, an diesem Morgen, der dem dunklen Boden einer Flasche gleicht, die ich gleich werde öffnen müssen.

Die Kälte ist im Kopf, doch auch im Herzen einiger der Blicke, auf die ich aus Versehen in der U-Bahn treffe, an diesem Morgen, den ich in meiner Schale Joghurt versenke, nach einem Weg löffelnd, der anders ist als das Trockenobst, das da auf der dichten Milchmasse dieses Landes liegt.

Und ich sehe mir dabei zu, wie ich das Stadtzentrum verlasse, als sei ich ein Schiff, um in den Enddarm des Walds vorzudringen. Der stumme Ausdruck der Bäume wird mir mehr sagen als der Heranwachsende, der mir seit 10 Minuten gegenüber sitzt. Er hält sein Gesicht halb bedeckt und hat den Blick auf einen Punkt in der Leere gerichtet, dem ich an Tagen wie diesem gerne einen Namen gäbe.

Ich kaue an einem Bild: ein paar Jungs, die in sich selbst reisen, bevor sie beschließen, nach einer Waffe zu greifen und auf ihre Mitschüler zu schießen. Ich kehre zurück zum mir vertrauten warmen, an jedem Bahnhof gesprochenen Russisch, tauche ab in die unermessliche Einsamkeit des Schnees. Die Stille ist weiß, die Kleidung der Leute, die in Lichtgeschwindigkeit U-Bahn fahren, schwarz.

Der Wald wiederholt sich wie ein altbekannter Film, ohne Handlung und ohne Horizont. Ich greife nach einem Tagebuch, um mich der Einsilbigkeit derer anzuschließen, die reisen, ohne anscheinend mitzubekommen, dass die anderen dasselbe tun. Ich würde gerne beschreiben, was ich nicht sehe, doch die Farbe fehlt. Ein paar stämmige Zigeunerinnen, die sich etwas ins Ohr flüstern, zwei junge Frauen, die die blassen Ränder ihrer künstlichen Fingernägel aneinanderhalten.

Bald wird mein nackter Körper seine ureigenen Aromen verströmen. Ich werde diesen Lichtmangel auf den Saunaholzbänken ausbreiten. Der Hitzehöhepunkt wird michvertreiben, mich zwingen, das Zimmer zu verlassen, um mich im Schnee zu wälzen. Einige Augenblicke lang werde ich mich wie die leuchtende Tochter des Waldes fühlen. Ich verabschiede mich von den monströsen Shoppingcentern, den SPAs, den NokiaFilialen, von den Tannen.

Ich werde nach der Sonne Ausschau halten, mich mit den Leuten von eh und je treffen, mich in den Arbeitslosen wiedererkennen, die über den Kaffee nicht hinauskommen.

Hier bin ich wieder, erkläre ich mit Händen und Füßen, im Versuch, mit wenigen Worten die Gestalt einer Wüste zu fassen, von deren Existenz, wie mir scheint, allein ich weiß. Eine ausgedehnte, armselige Wüste am Meer. Die Wellen tragen Farblosigkeit, herrliche Vögel und hier und da Müll herbei und wieder fort. Eine Stadt, die den Anden den Rücken kehrt und in den Worten dieser vereinsamten Rentner klingt wie ein wunderbares, unwirkliches Macondo. Doch weder das Licht noch mein Finnisch reichen aus, soviel Verworrenheit, solch Gemengelage, dieses Gefühlmischmasch, die Ferne und die Brüderkiege auszudrücken, die Peru bedeuten.

Helsinki verwandelt sich in eine gläserne Stadt, über die ich schlittere, schwächelnd, zerbrechlich. Helsinki, sauber wie ein Krankenhaussaal, diese unbestechliche Dame mit dem erhobenen Haupt, läuft mir wie Wasser im Mund zusammen. Ich verabschiede mich von den alten Jungs, die einst die glühenden Abende der Metallgewerkschaft belebten, sie schreiben nun ihre Memoiren, ich befinde mich auf halber Strecke einer Reise, von der ich noch nicht weiß, ob sie nicht bereits zu Ende ist.

Der Tag ist wieder ein vermummter junger Mann, der sich seine Haarmähne über dem langen Ledermantel zusammenbindet. Ich weiche den Schneeräummaschinen aus, sie decken die miesesten Ecken der Bürgersteige auf und säen an diesen Stellen Steinchen, um zu verhindern, dass Alte und Verträumte wie ich ausrutschen. Die Stadt bleibt skizzenhaft. Einige der Graffiti, die ich in meiner Stadt hinterließ, sollten hier eine Wand für sich haben.

Ich schreibe mit, was mir die Stille auf die Stirn tätowiert, schreibe mit, was die Heavy- Metall-Musik aus dem Radio des Nachbarn, den ich niemals zu Gesicht bekommen werde, in der Luft stehen lässt. Ich bemerke, wie die Alte an die Wand klopft, die den Lärm, den wir zwei Südamerikanerinnen beim Lachen und Hin- und Herlaufen verursachen, nicht aushält. Ich dringe in ihren Wald vor wie in einen Verdauungstrakt, der saure Geschmäcker meidet. Ich dringe ohne Waldschuhe in den Wald vor.

Ich pflücke Erdbeeren, ohne Mückenmittel aufgetragen zu haben. Ich durchquere den Schnee auf Hacken, in der Hoffnung, damit ganz besonders weit zu kommen. Der Wald ist und bleibt für mich ein Geheimnis. Manchmal stelle ich mir vor, wie ich in einem Meer aus regendurstigen Birken Pilze sammle.

Ein andermal sammle ich Beeren mit einer Gruppe estnischer Mädchen, die anders als ich eine giftige nicht mit einer essbaren Beere verwechseln würden. Aber all das ist Fiktion, denn ich habe niemals Pilze gesammelt und erst recht habe ich mich nicht getraut, Beeren zu pflücken. Mein Widerstand hat Wände in der Stadt aufgestellt.

Noch scheint mir die Landschaft Teil eines geheimnisvollen Sogs aus Baumsilhouetten und -gestalten, die sich seit Jahren nicht vom Fleck gerührt haben. Ich habe gelernt, hoffnungsvoll vom Sommer zu sprechen. Mit derselben Hoffnung, mit der ich mich jetzt der Wollust der Wellen in Lima hingebe, und dem Verlangen nach Farben, das in den Versen Edith Södergans die Farbe von Blut hat.

übersetzt von: Rike Bolte
Ausgangssprache: spanisch
Übersetzungen: deutsch