Una bitácora que se abre al abanico de realidades. De Julio Barco

 

Suelo plantearme si usar o no las redes sociales. Soy de los que usan estos espacios para difundir arte o conectar (y ser afectado) por el arte de otros. Toda esta simbiosis se hace posible en momentos donde la distancia es simplemente superada. Así fue como una de esas mañanas, en que no había cerrado mi facebook, entré y leí mi mensajería donde hallé el mensaje de chat Msn de conversación de un amigo que me consultaba sobre una conversación con un poeta alemán. Hay que decir que nuestros espacios de encuentro con nuestros países vecinos se han ido convirtiendo más frecuentes gracias al internet (o a “la internet” como solía llamarle Ana Abregú, amiga de argentina) y que, gracias a este presente compartido, se amplifica el entorno, la búsqueda y los espacios para difundir nuestros escritos. Fue así que me llegó el mensaje de José F. A. Oliver. Supongo que también descubrió mi arte navegando en estas redes, y se topó con mi literatura. Y me dijo algo sobre que deseaba leerme, saber más de mis poemarios y que estaba encantado con uno de mis poemas. (Recordaba, entre paréntesis, cuando escribí ese poema precipitado por dos acciones simultáneas: hacer un programa estructural y exprimir súbitamente un remolino de ideas, justo en unas cabinas de internet, que, curiosamente, quedan frente a un local de gasolina para taxis y buses, y otros micros que pasan por el Puente Nuevo.) Supongo que igual que ese puente, la realidad virtual crea un puente nuevo: una bitácora que se abre al abanico de realidades que somos en todos los países en un presente simultáneo. Y quedó ese poema. Y me hablaron justamente de él desde Alemania. Entonces capté lo que vengo planteándome hace años y que hoy confirmo: que la literatura es un mecanismo que rompe las fronteras, que permite observar diferentes espacios. Que así como en Perú leemos a Pessoa o a Goethe, por allá también nos leen y participamos en una misma dimensión de realidad. Por esos mismos días el poeta y traductor José F. A. Oliver fue premiado con el prestigioso Heinrich Böll, este detalle que no es para nada menor (sin olvidar que Herta Müller también ganó este premio, por ejemplo) nos permite ver algo de la dimensión de este traductor y de cómo ello me causó bastante emoción y agradecimiento por el detalle de pensar en mi obra, escrita en las tierras del Perú. Y, de paso, conocer su poesía, traducida al español, con versos tan hermosos –y claros– como este: “Escribir es dialogar. Conmigo. Con el mundo. Marea continua/entre silencio y grito.” Yo creo que traducir también es permanecer en esa marea continua, entre todos los silencios y las voces.