LA CÓMODA
La compraron juntos:
una cómoda blanca.
“Quedaría muy bien en nuestro cuarto”,
y quedó muy bien junto a la puerta;
la llenaron poco a poco,
alegres y automáticos,
de objetos, instantes
y promesas en desorden.
Abrían y cerraban sus cajones
—inauguración, decían,
y clausura de un espacio sólo suyo—
con un ritmo más resuelto cada día;
a veces no podían cerrarla del todo
porque algo lo evitaba:
un cinturón, una avidez intempestiva;
un calcetín, una mirada a punto
bajo jeans y camisetas bien planchados;
un impulso,
una blusa roja
aplastada en la madera.
La siguieron llenando
hasta quedarse vacíos.
A veces le pedían
esas prendas tan parecidas a ellos
y dejaban a cambio
la posibilidad de ser más que la apariencia.
El tiempo la cubría
de una piel más gruesa.
Dejaron las huellas dactilares,
los nudillos y la fuerza de las manos:
más se resecaba la madera
bajo franelas y pulidores.
Los primores de su tallado,
sus manijas firmes y amables
se volvían más fríos;
no podía abrirse como antes.
Su interior se fue impregnando
de un contagio oscuro, desmedido
en aislamiento de organismo en su miseria
consumiéndose.
Y los dos frente a ella,
vestidos del olor de la madera cada noche,
cada mañana, cada tarde,
lentamente,
el otro frente al uno
ya no fue el otro ni el uno:
dos muebles impenetrables,
oscurecieron
consumiendo
aquello que habían depositado
cada uno
en el otro.
DIE KOMMODE
Gemeinsam kauften sie:
eine Kommode in weiß
„Im Schlafzimmer würde sie sich gut machen“,
und sie machte sich gut neben der Tür;
nach und nach füllten sie sie,
freudig und automatisch,
mit Gegenständen, Augenblicken
und Versprechungen ohne Ordnung.
Sie öffneten und schlossen ihre Laden
– Eröffnung, sagten sie,
und Klausur eines Raums nur der ihre –
in täglich entschlossenerem Takt;
manchmal ging die Lade nicht zu,
da etwas klemmte
ein Gürtel, eine verquere Begierde;
eine Socke, ein fordernder Blick
unter Jeans und wohlgebügelten Hemden;
ein Impuls,
eine rote Bluse,
zerdrückt im Kasten aus Holz.
Sie füllten sie weiter
bis sie selbst leer waren.
Manchmal erbaten sie
die ihnen so ähnliche Kleidung
und ließen zum Tausch
die Möglichkeit, mehr zu sein als
das Äußere.
Die Zeit umgab sie
mit einer dickeren Haut.
Sie hinterließen Spuren der Finger,
Knöchel und die Kraft der Hände:
allmählich trocknete das Holz
unter Poliertüchern und Möbelglanz.
Die Tugenden der Bauart,
ihre festen und liebenswerten Griffe
wurden nun kälter;
sie ließ sich nicht öffnen wir früher.
Ihr Inneres durchtränkte sich
mit einem ansteckendem Dunkel, maßlos
in Quarantäne wie ein leidender
Körper
der sich verzehrt.
Und die beiden vor ihr,
gekleidet in Holzgeruch jeden
Abend,
jeden Morgen, jeden Tag,
langsam war
der eine gegenüber dem anderen,
nicht mehr der andere noch der eine:
zwei undurchdringliche Möbel,
verdunkelten sich
und verzehrten
was sie verstaut hatten
je beide
im anderen.