QUIMANTÚ
En su período de diputado había presentado
un proyecto de ley para fundar una editorial
pública “en beneficio de las capas” (así se lee
en el parte elevado a sus pares del congreso)
“modestas de la población”. No hubo acuerdo.
Pero cuando ya era presidente del gobierno
ante la quiebra de una existente no lo dudó
y los talleres y oficinas pobladas de técnicos
y profesionales movidos por el nuevo desafío
corrían de un lado al otro eligiendo tipografías
para colecciones literarias, para los cuadernos
de educación popular con el título Explotados
y explotadores y también cuentos infantiles
con un tiraje que podía alcanzar setenta mil
y una distribución hasta ese entonces inédita
en kioskos y estaciones que alcanzaba a cubrir
todo lo largo del territorio hasta Punta Arenas
utilizando bólidos disponibles de la Aviación.
Por eso después era intrincado para la Junta
diferenciar con sutileza un libro de un arma:
las imágenes de los soldados junto a las piras
en las que ardían ejemplares en una esquina
bajo el complejo de Remodelación San Borja
no podían sino leerse como una advertencia;
igual para evitar inverosímiles malentendidos
prefectos en camiones allanaron la editorial
y, ya que estaban, bibliotecas populares varias
y hasta el subsuelo de facultades infectadas.
¿Quién no querría, con ansias de sobrevivir,
en silencio quemar sus volúmenes en el patio?
Y sin embargo muchos tomitos aún aparecen
–e inclusive cada tanto seguirán emergiendo–
porque nunca falta quien temeroso y todo
guarde alguno tras las vigas del entretecho,
quien le arrance las páginas de la salutación
oficial a la antología nerudiana, cambie tapas,
entierre envuelto el suyo en cualquier galpón.
QUIMANTÚ
In seiner Zeit als Abgeordneter hatte er ein Gesetzes-
vorhaben eingebracht, um einen staatlichen Verlag
zu gründen – „für die unteren Schichten“ (so steht es
in dem von ihm dem Kongress vorgelegten Entwurf)
„der Bevölkerung“. Zu einer Einigung kam es nie.
Doch als ein bestehender Bankrott ging
zögerte er – bereits Präsident der Regierung – nicht
und in den Werkstätten und Büros voller Techniker
und Fachleute rannten sie angetrieben von den neuen
Aufgaben hin und her und wählten Schriften aus
für Buchreihen, für die Hefte zur politischen
Volksbildung unter dem Titel Ausgebeutete
und Ausbeuter und auch für die Kinderbücher
mit einer Auflage von bis zu siebzig Tausend
und einem bis dahin unbekannten Vertrieb
über Kioske und Bahnhöfe, mit dem es gelang
ins ganze Staatsgebiet bis nach Punta Arenas zu liefern
– unter Einsatz der verfügbaren Boliden der Luftwaffe.
Deswegen war es für die Junta später schwierig,
trennscharf ein Buch von einer Waffe zu unterscheiden.
Die Bilder von den Soldaten an einer Straßenecke
im Wohnkomplex Remodelación San Borja
neben Stapeln, auf denen Exemplare brannten
konnten nur als Warnung gelesen werden;
um Missverständnisse dennoch zu vermeiden,
durchsuchten Gendarme aus Lastern den Verlag
und, wo sie schon mal da waren, Volksbibliotheken
und selbst die verseuchten Keller von Fakultäten.
Wer – mit dem Wunsch, zu überleben – würde nicht
schweigend im Innenhof seine Bücher verbrennen?
Und doch tauchen immer noch Bände auf
– und werden immer weitere auftauchen –
denn nie fehlt derjenige, der noch ängstlich
einen hinter den Balken der Zwischendecke versteckt
auch nicht derjenige, der die Seiten mit dem Grußwort
aus der Neruda-Anthologie reißt, Umschläge wechselt
sein Buch eingewickelt in einem Schuppen vergräbt.