Fuente de la lengua: alemán
Traducciones: español

Wer erinnert mich?

Als am 9. November 1989 die Mauer fiel, trauten meine Eltern der Sache nicht. Wir fuhren nicht an einen der Grenzübergänge, und auch am nächsten Tag blieben wir zu Hause und sahen fern. Erst am 11. November, es war ein Samstag, machten wir uns auf den Weg zur Oberbaumbrücke. Eine ganze Stadt war auf den Beinen, und ich erinnere mich an Menschentrauben, die sich vor LKWs bildeten, um ihre Begrüßungsgeschenke entgegenzunehmen. Männer und Frauen standen in der Kälte an für Plastiktüten, deren Inhalt u.a. aus Bananen, Kaffee, Zigaretten, Basecaps und allerhand anderen Kleinigkeiten bestand. In meiner Tüte befand sich ein Mercedes-Stern, damit zog ich den Neid meines Bruders auf mich. In Kreuzberg standen wir an, um unser Begrüßungsgeld in Empfang zu nehmen, die Ostdeutschen erkannte schon von weitem an ihren Käppis. Dafür habe ich mich geschämt. Aber, Moment. Hat es sich wirklich so zugetragen? Wo hört die eigene Erinnerung auf, wo setzt die Erinnerung der anderen ein? An die Plastiktüten kann ich mich erinnern. Auch an den Mercedes-Stern und an die Basecaps. Aber habe ich mich damals wirklich geschämt? Als die Mauer fiel, war ich acht Jahre alt. Es war mehr politisches Bewusstsein in mir als in einem Kleinkind, das nur das unmittelbare Geschehen seines Lebens reflektiert. Zudem wurde in meiner Familie immer offen über die Politik diskutiert. Meine Mutter arbeitete als Journalistin, die sich durch ihren Beruf tagtäglich der Frage gegenübersah: Was darf ich sagen und was nicht? Aber was wusste ich wirklich über das Land, in dem ich aufwuchs? 
 
Meine Kindheit in der DDR war beige. So zumindest will es mir heute scheinen. Als wäre mit dem Fall der Mauer ein Licht angegangen, unter dem die Farben erst wirklich zu leuchten begannen. Und auch, wenn ich weiß, dass es so ganz sicher nicht war, bleibt etwas von diesem Eindruck in mir zurück, das sich nicht zerstreuen lässt.  
 
Das magische Wort meiner Kindheit lautete: Intershop. Unsere Großmutter schenkte meinem Bruder und mir nach einem Besuch in Westberlin zehn Mark. Wir gingen in den Intershop und erstanden ein gelbes Auto, auf dessen Ladefläche ein Bär stand – warum auch immer. Ich bekam eine Tüte mit Lakritzschnecken. Woran man sich eben so erinnert. An den Morgenappell in der Schule. An das Altstoffesammeln. An das blaue Halstuch des Jungpioniers. An Pionierlieder. An Erich Honecker und Ernst Thälmann, die von den Wänden des Klassenzimmers grüßten. An Päckchen, die wir nach Nicaragua schickten. An unsere russischen Freunde. 
 
Vergangenheit ist immer Rekonstruktion von Erlebtem und Gehörtem. Man besitzt sie nie allein. Was aber macht es mit der Erinnerung, wenn sie nicht nur der eigenen Familie gehört? Was geschieht, wenn sich ein ganzes Land erinnert?  Den Prozess des Heranwachsens teilt man mit vielen, und doch bleibt er eine individuelle Erfahrung. Diese individuelle Erfahrung fällt für mich zusammen mit einer historischen Zäsur. Es war nicht nur mein Geist, der sich umbaute. Ein ganzes Land baute sich um. Fremde Kräfte wirkten mit an jenem Zu-mir-selbst-Kommen.  
 
Die Menschen meiner Generation sind die ersten Zeitzeugen, die man nicht befragt. Was soll ein Mensch auch sagen über eine Zeit, die er erlebt hat, ohne Bewusstsein für das, was er erlebt? Vielleicht genau das. Da ist ein Nebel. 

¿QUIÉN ME RECUERDA?

Cuando cayó el muro el 9 de noviembre de 1989, mis padres no podían creérselo. Nos fuimos a uno de los pasos de control fronterizos, e incluso al día siguiente nos quedamos en casa y vimos la televisión. Sólo el 11 de Noviembre, que fue sábado, decidimos ir al puente Oberbaumbrücke. Toda una ciudad estaba en pie, y yo recuerdo los racimos humanos que se formaban delante de los camiones para recibir sus regalos de bienvenida. Hombres y mujeres hacían fila en el frío para recibir bolsas plásticas, cuyo contenido era entre otros, bananas, café, cigarrillos, gorras de béisbol y toda clase de regalitos. En mi bolsa había una estrella Mercedes que despertó la envidia de mi hermano. Hicimos fila en Kreuzberg (Berlín occidental) para recibir nuestro dinero de bienvenida. A los alemanes del este se les podía reconocer desde lejos por sus gorras. Por ello me avergoncé. Pero, un momento, ¿fue realmente así? ¿Dónde terminan los propios recuerdos y dónde comienzan los ajenos? De las bolsas plásticas me acuerdo. También de la estrella Mercedes y de las gorras de béisbol. ¿Pero me avergoncé realmente en ese entonces? Cuando cayó el muro tenía ocho años. Había más conciencia política en mí que en una niña pequeña, que Sólo reflexiona sobre los acontecimientos inmediatos de su propia vida. Además en mi familia siempre se discutía abiertamente sobre política.  Mi madre trabajaba como periodista, quien por su trabajo se enfrentaba diariamente a la pregunta: ¿Qué puedo decir y qué no? ¿Pero qué sabía yo realmente del país en el que crecí? 
 
Mi infancia en la RDA era beige. Al menos es lo que me parece ahora. Como si con la caída del muro se hubiera encendido una luz, bajo la cual los colores comenzaban a iluminarse realmente. Y aún cuando sé que no fue precisamente así, queda algo de esta impresión en mí que no se deja difuminar.  
 
La palabra mágica de mi infancia era Intershop (tienda en la RDA con artículos del oeste). Nuestra abuela nos regaló a mi hermano y a mí, a su regreso de una visita a Berlín Occidental, diez marcos que trajo. Fuimos al Intershop y adquirimos una camioneta amarilla, que en la parte trasera tenía un oso, por la razón que fuera. Yo recibí una bolsa con dulces de regaliz, cosas de las que una se acuerda así, de la izada de bandera, las rondas de recogida de material reciclable, la pañoleta azul de los pioneros jóvenes, las canciones de los pioneros, de Erich Honecker y Ernst Thälmann, quienes desde las paredes del aula saludaban. Así como también de los paqueticos que enviábamos a Nicaragua y de nuestros amigos rusos.  
 
El pasado siempre es una reconstrucción de lo vivido y lo escuchado. No es sólo nuestro. ¿Qué pasa con el recuerdo cuando no le pertenece sólo a la propia familia? ¿Qué sucede cuando un país entero recuerda? El proceso de crecer se comparte con muchos y sin embargo sigue siendo una experiencia individual. Ésta coincide con una ruptura histórica. No era sólo mi conciencia que se reformaba. Un país entero se reformó. Fuerzas desconocidas provocaron que cada uno llegara a ser lo que era.   
 
Las personas de mi generación son los primeros testigos de la época a quienes no se pregunta. ¿Qué puede decir una persona sobre una época que ha vivido sin tener conciencia de qué es lo que ha vivido?  Quizás sea precisamente eso. Es un niebla. 

traducido por: Im Rahmen des Übersetzungsworkshops übersetzt von Amaia Orbe Barrio, Anderson Sánchez, Elsa Behr y Lina Valencia
Fuente de la lengua: alemán
Traducciones: español